¿Qué hace un psicoanalista escribiendo una obra de teatro?

¿Y, en particular, una obra en la que se cruzan dos ámbitos tan diferentes como el cambio climático y el psicoanálisis?

Mi interés y mi preocupación por el cambio climático venían de muchos años atrás, pero se acentuaron a partir de 2006. El documental Una verdad incómoda me impactó no solo por los datos que aportaba –la mayoría de ellos ya conocidos– sino por la manera en que Al Gore transmitía su certeza sobre la terrible amenaza que supone el cambio climático.

Una serie de dolorosas vivencias personales le habían confrontado a una realidad que los seres humanos tendemos a ignorar: lo peor puede suceder, lo más terrible y doloroso puede llegar y alterar para siempre nuestra vida.

Entendí que aquellas vivencias personales le habían ayudado a reconocer y aceptar el carácter innegable de la “verdad incómoda” que su documental presentaba: en la vida de la humanidad también puede suceder lo impensable, también puede llegar a pasar aquello que no queremos ni imaginar. Al Gore despertó del sueño en el que nada malo puede pasar para enfrentarse incansablemente a la pesadilla del cambio climático.

Durante los años siguientes seguí con mucho interés los informes del Panel de expertos de Naciones Unidas, así como otras fuentes de información y de reflexión sobre el tema, sin encontrar una manera más personal y efectiva de implicarme.

Unos años después, lo inesperado, lo indeseado, también llamó a mi puerta, trastocando de arriba abajo mi vida personal.

En 2014 empecé a escribir el primer acto de Tierra de nadie. Lo hice, durante unos meses, como una forma de tomar distancia respecto a lo que estaba viviendo; porque la ficción puede ser un refugio en el que ponerse a resguardo del dolor, sobre todo si transita por un espacio en el que se confunde con la realidad.

En 2018 retomé la escritura después de un largo paréntesis. Entonces, ya no se trataba de tomar distancia sino del trabajo del duelo, que se hizo presente sobre todo en el segundo acto y en la atmósfera definitiva de la obra.

Tierra de nadie es la primera y única obra escrita por alguien que siempre ha amado el teatro –como espectador, pero todavía más como lector de textos teatrales– pero que nunca había pensado que este fuera un medio de expresión y un género que llegaría a utilizar.

Los tiempos no son buenos para el teatro, ni como arte ni como profesión, pero tampoco como espectáculo, que ha de ser, como mínimo, realizable y rentable. Probablemente, Tierra de nadie no pueda ser ni una cosa ni la otra: un texto largo, muchos personajes, unas temáticas impactantes…

Freud nos enseñó que el trabajo de la sublimación –uno de los posibles destinos de la pulsión– solo concluye si la obra producida encuentra alguna acogida y algún eco en el Otro, que la reconoce así, como un producto –por humilde que sea– de la cultura humana.

He querido, por tanto, que la obra no quede guardada en un cajón, que esté al alcance de quien quiera leerla y, quizá, compartirla con algún otro. Obviamente, si alguien se planteara hacer una lectura dramatizada o representarla, tendría todo mi apoyo.

En el momento de publicarla en internet, decidí añadir a Tierra de nadie el subtítulo El hacer de las bestias, traducción un tanto forzada de la expresión catalana El fer de les bèsties, que he querido mantener, por fidelidad al texto original y por la fuerza indudable que le aporta. Así quedó, pues, como Tierra de nadie o El hacer de las bestias.


¿Qué tiene que decir el psicoanálisis sobre el cambio climático?

Siempre me ha parecido muy importante estar al corriente de los avances científicos, como opción fruto de un interés personal, pero también desde el punto de vista del psicoanálisis, que tiene una perspectiva propia sobre el papel del discurso de la ciencia en el mundo contemporáneo.

¿Quién, a estas alturas, puede negar la conexión entre el conjunto de problemas medioambientales y el uso que ha hecho el capitalismo del discurso de la ciencia y de sus productos tecnológicos? Esta constatación puede conducir a un planteamiento ideológico, legítimo y pertinente, pero que puede ser simplificador y, por lo tanto, invitarnos a soñar en un futuro en el que, habiendo ganado los buenos, todo sería diferente y mejor.

Desde otra perspectiva, la del psicoanálisis, Jacques Lacan señaló que la civilización es inseparable del daño que el funcionamiento del ser humano produce en su entorno: la contaminación, el desecho, el residuo son –en cualquier lugar del mundo– los signos inequívocos y específicos de la presencia y la actividad humanas.

¿Qué hacer, pues? ¿Cómo no quedar atrapados ni en las ilusiones ni en el fatalismo? Mi opción es tomar partido y hacer, y a pesar de ser consciente de los límites y las imposibilidades, asumir las responsabilidades y los riesgos que pueda sostener en cada momento.

Si el cambio climático es un síntoma, un mal funcionamiento, forma parte del mal funcionamiento del ser humano, de su manera de funcionar. En vez de soñar en liberarnos de este síntoma y convertirnos en aquello que no somos, trabajemos para hacerlo menos destructivo y más dócil al deseo de vivir.


Fruto de esta reflexión, he publicado algunos artículos breves sobre la problemática del cambio climático:

El cambio climático y la revuelta de los más jóvenes (lavanguardia.com)

La palabra del autista: Greta Thunberg (lavanguardia.com)

Los jóvenes se movilizan por el cambio climático - Catalunya Plural

'Homo nesciens': sobre el fracaso de la COP26 - Catalunya Plural

Sobre el cambio climático: Marx con Lacan (zadigespana.com)

Sobre la COP27. El año en que le vimos las orejas al lobo (zadigespana.com)

Agradecimientos

* A Albert Tola, dramaturgo, por su lectura crítica y sus valiosas indicaciones, que me permitieron mejorar la primera versión de la obra. 

* A Martí Panés, por el diseño y la realización de este blog.