Escena 1

 

En el escenario, casi en penumbra, se distinguen algunos elementos de un dormitorio: una cama grande, las mesillas de noche, una silla, una ventana, un estante con libros, una butaca. 

En la cama duermen un hombre y una mujer. Tienen alrededor de treinta años: él, quizá más de treinta y cinco; ella, veintiocho o veintinueve. Es verano y duermen con ropa ligera, tapados solo con una sábana. 

Él empieza a dar señales de inquietud. Se mueve y, cada vez más, se agita y jadea. Tiene una pesadilla y se mueve más y más, como si se sintiera amenazado, en peligro. Empieza a decir algo, primero de modo casi inaudible, pero va levantando la voz hasta que, al mismo tiempo que se incorpora, lanza un grito.

 

J  ¡No! ..., no puede ser… ¡Acabar así…! ¡No!

La mujer que duerme a su lado se ha despertado y, con gestos rápidos, ha encendido la luz de la mesilla de noche. Se acerca a él y, con suavidad, lo abraza y empieza a hablarle.

M  Joan…, Joan…, despierta, tienes una pesadilla… Tranquilo, mi amor, no pasa nada…, despierta, ven conmigo…

Poco a poco, él se calma, abre los ojos, se queda un instante en suspenso, mirándola y, soltando un suspiro, se deja caer de nuevo sobre la cama. Durante unos segundos se quedan los dos en silencio.

M  Te ha pasado otra vez…

J  (Incorporándose lentamente) Sí, hace días que no tenía una de estas malditas pesadillas.

M  ¿Días? Dos días; anteayer fue la última… (Apartándose gradualmente).

J  ¿Solo dos días? Hubiera dicho que… Da lo mismo… Ya sé qué me vas a decir…

M  (Un tanto enfadada) Y claro que lo sabes, porque tengo razón, ¡porque veo que no estás bien…! (Cambiando a un tono de complicidad) Y porque no me dejas dormir, cabezota…(Más tensa, pero demandante) Si al menos me hicieras caso…, ¡si hicieras algo para intentar solucionarlo…!

Él se aparta, se levanta y empieza a caminar por la habitación, inquieto y molesto.

J  Pero, Mónica, ya lo sabes: las soluciones que me propones no me convencen… (Hace una pausa y sigue hablando en un tono más lento). Ya sé que no estoy bien, ¡claro que lo sé!, pero tú crees que me pasan cosas que tendría que resolver, y no es así.

M  (Tensa) ¿Cómo puedes estar tan seguro? Quizás te escondes algo a ti mismo, Joan; quizás, si fueses a hablar con alguien, te quitarías un poco de este peso que llevas encima…

J  (Cuando ella acaba de hablar, la mira unos instantes y continua en un tono lento). Ya hemos tenido esta conversación más de una vez, Mónica. (Hace una pausa) Estoy inquieto porque no podría no estarlo: sé cosas que quitarían el sueño a cualquiera; cosas que no son imaginaciones mías, ni fantasmas de los que tenga que librarme. No, Mónica, ojalá fuera tal como tú dices…

Ella ha escuchado muy atenta y, al final, ha bajado la cabeza con un gesto de cansancio y decepción.

M  Pues yo no aguanto más, Joan… Si no quieres ni siquiera intentarlo, yo no seguiré durmiendo a tu lado, viendo como sales cada noche de no sé qué infierno, sufriendo y haciéndome sufrir…

J  (Sorprendido y cambiando de tono) ¿Qué quieres decir, Mónica…? ¿Qué me estás diciendo…?

M  (Nerviosa) ¡No lo sé, Joan…! Yo te quiero, y no quiero que nos separemos, pero no puedo seguir así, tengo que hacer algo… De momento, me iré a dormir a la otra habitación…, y puede que me vaya unos días a casa de Judith…

Él se ha quedado en silencio, dolido, pero también contrariado. Se ha sentado en la cama, dándole la espalda y en actitud de reflexionar. Pasados unos instantes, empieza a hablar, antes de girarse hacia ella.

J  No quiero que te vayas, Mónica. (Se gira hacia ella y la mira) No quiero que te vayas…, no quiero que me dejes… Haré lo que dices: iré a ver a alguien, un psiquiatra, un psicólogo… No quiero que te vayas…

Ella cambia poco a poco de actitud y empieza a mirarlo con afecto.

M  ¿De verdad lo harás?

J  Sí, de verdad.

M  ¿No será como otras veces, que me has dicho que lo harías y después…?

J  No. Esta vez, iré, te lo prometo…

M  (Va hacia él, lo abraza y le habla con entusiasmo) Le pedí a Judith el teléfono de su psicoanalista. ¿Le llamarás hoy mismo? Bueno, mañana, cuando nos levantemos…

J  (Hace una pausa) Sí, te lo prometo. Pero, un psicoanalista… Ya sabes mis prejuicios…

M  ¡Claro que los sé…! (Entre cómica y enfadada) Los médicos no somos científicos, solo estudiamos y aplicamos los conocimientos que producís los verdaderos científicos; y de los psicólogos dices algo todavía más fuerte, ¿no?

 J  (Irónico, oscuro) Sí, ja… Aquella frase de un tal Politzer, genial: “La psicología es científica como los salvajes bautizados son cristianos”. ¡Es exactamente lo que pienso!

M  Y tratándose de un psicoanalista –del que no sé si es médico o psicólogo–, ¿cuáles son tus prejuicios? 

J  No, de hecho, no tengo ningún prejuicio respecto al psicoanálisis. Tengo ciertos conocimientos: leí a Freud a los quince años, cuando hacía tercero de Física: los nueve volúmenes de la obra completa.

M  (Sorprendida) ¿De veras? No lo habías mencionado nunca… ¿Tú, leyendo a Freud a los quince años? No dejarás nunca de sorprenderme… ¿Y…?

J  Me pareció extraordinario: un delirio fabuloso, lleno de hallazgos sorprendentes sobre la condición humana. Pero nada que ver con el conocimiento científico. (Acercándose a ella y adoptando un tono conciliador y afectuoso) Dejando esto al margen, no tengo ningún inconveniente en ir a hablar con un heredero de Freud, si eso te tranquiliza…

M  Lo que me tranquilizará es verte mejor, Joan… No verte angustiado durante el día y con pesadillas cada noche. Te estás consumiendo, Joan; has cambiado, no eres el mismo… Ya sé que tienes motivos para estar preocupado, que eres consciente de cosas que mucha gente ignora o no quiere saber…, pero estoy segura de que te pasa algo más…

J  (Después de unos instantes en silencio) No le demos más vueltas: intentemos dormir. Es muy tarde y mañana tienes que madrugar.

M  (Mirándolo todavía con cierta preocupación) Pero ¿podrás dormir? ¿Descansarás?

J  (En un tono afectuoso) Sí, no te preocupes… ¿A qué hora tienes que estar en el hospital?

M  Tengo el primer paciente a las ocho. Y espero que no sea alguien demasiado enfadado por los recortes, o que no esté de acuerdo con el tratamiento por algo que haya leído en internet…

J  ¿Y pues? ¿Tienes pacientes adultos…?

M  No, pero los niños aún no van solos a la consulta de la pediatra y te aseguro que a veces lo preferiría. (Mientras lo dice, se recuesta en la cama, apaga la luz y empieza a bostezar) Buenas noches, Joan. ¿Me prometes que dormirás? (Lo dice casi cerrando los ojos. Él se queda unos instantes mirándola; luego se recuesta y apoya la cabeza en la almohada. La luz del escenario va disminuyendo hasta volver a la penumbra casi total).

 
 

Después de unos instantes en silencio, durante los cuales ambos se han dormido, un foco empieza a iluminar gradualmente la butaca, en la que ahora hay alguien sentado: es un hombre de unos sesenta años, de aspecto urbano y con un estilo más bien informal. El cabello largo, recogido en una cola corta, barba de unos cuantos días, pero recortada. Está sentado con una actitud un tanto indolente. Cuando la luz lo hace visible, toma un libro que se halla sobre una mesa pequeña, junto a la butaca, y empieza a leer.

A medida que aumenta la intensidad de la luz, Joan abre los ojos y se incorpora gradualmente, sorprendido e intrigado por aquella presencia, pero sin sobresaltarse. Se sienta en la cama y permanece unos instantes mirándolo; el personaje desconocido levanta la vista del libro y también lo mira. Pasados unos instantes, Joan, que lo observa como si fuera alguien quizás conocido y a quien intentara reconocer, le habla, en un tono interrogativo, de enigma.

J  … ¿Quién eres?

F  ¿Qué? ¿Qué dices?

J  ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? En mi habitación, a medianoche…

F  ¿No me reconoces? ¿En serio? Esta sí que es buena… Es verdad que no me habías visto nunca “en persona”, pero me tienes en la cabeza desde hace meses y ahora resulta que eres incapaz de reconocerme…

J  ¿Que te tengo en la cabeza desde hace meses? ¿Qué quieres decir?

F  Pues que piensas en mí a todas horas y, por lo visto, no parece que te siente muy bien hacerlo: ni a ti, ni a tu vida de pareja (Hace un leve gesto, en dirección a donde se encuentra Mónica).

J  Caramba, parece que lo sabes todo, tú: sabes en qué pienso, sabes que tengo problemas con Mónica… Dudo de que realmente sepas qué es lo que no me quito de la cabeza.

F  Eres muy libre de hacerlo…

J  Venga, pues. ¿Me lo demuestras? Dime qué he tenido en la mente esta mañana y buena parte de la tarde…

F  Pero, ¿qué te imaginas? ¿Qué he venido a hacer trucos de magia? Te equivocas, chico.

J  Pues te lo diré yo: (Poniéndose de pie y avanzando hacia él) He estado pensando en cómo aumentar la conductividad de las placas de grafeno, las que usamos en los prototipos de ojos artificiales; si obtenemos grados variables de conductividad mejoraremos mucho el reconocimiento de los colores y quizás en unos pocos años… (Se detiene de golpe y continua en un tono de abatimiento) ¡Bah…! En unos pocos años…

F  (Se queda pensativo unos instantes, como haciendo memoria) ¡Ah, sí…! El grafeno… Dio muy buenos resultados durante más de veinte años, hasta la gran crisis que obligó a recuperar la tecnología del silicio…

J  (Desconcertado) … ¿Qué dices? ¿Qué dio grandes resultados? (Con una risa inquieta) Si todavía estamos explorando sus posibilidades… ¿Por qué hablas en pasado? ¿Qué sabes tú? ¿Y qué quiere decir eso de recuperar la tecnología del silicio…?

F  Quiere decir que aún no sabes quién soy, o que finges muy bien. No estoy seguro…

J  (Queda absorto y camina lentamente por la habitación. Al final, toma una silla que se halla al lado de la cabecera de la cama y la arrastra hasta colocarse frente a F. Se sienta y lo mira de frente) Eres…, el futuro…, ¿verdad?

F  ¡Buena deducción! Pero totalmente al alcance de una mente brillante como la tuya…

J  (Como hablando para sí mismo) Al final, Mónica tendrá razón…

F  ¿Y pues?

J  Que debo estar volviéndome loco…

F  No, eso no pasará. (En un tono un tanto burlón) Si fuera así, puedes estar seguro de que lo sabría…

J  Veo que tienes sentido del humor…, o ganas de burlarte de mí… También debes saber por qué has venido, supongo…

F  ¿Yo? Yo no he venido. (Levantando el tono de voz) ¡Tú me has hecho venir! ¡Tú me has convocado! Eres tú quien lleva meses teniéndome en mente a todas horas, obsesionado por un mañana que crees saber cómo será. Hazte tú esa pregunta: ¿por qué estoy aquí?, ¿por qué me haces presente y me colocas en el centro de tu vida?

J  (Se levanta, dando unos pasos y colocándose de espaldas a F. Habla, oscureciéndose mucho y adoptando un tono trágico) Pienso tanto en el futuro porque sé que lo hemos perdido… Yo, Mónica, los hijos que no tendremos… ¡Pienso tanto en el futuro porque la orquesta sigue tocando, pero ya hemos chocado con el iceberg y nadie quiere verlo…! ¡Pienso tanto en el futuro porque yo tenía planes para toda una vida y una fe ciega en la ciencia…! ¡Y ahora siento que no tengo nada, que no tendremos nada, que no tendremos futuro…! (Desafiante y girándose hacia él) ¿O me equivoco?

F  Estás tan convencido de lo que dices que si yo, en persona, te dijera que no será así, que el futuro no es como lo imaginas, no me creerías…

J  ¿Qué no es como lo imagino? (Elevando el tono de voz, enfadado) ¡Son hechos, datos, proyecciones de una validez científica total, incuestionables! ¡Sé de lo que hablo! ¡El cambio climático y todos los fenómenos que le están asociados entrarán en progresión geométrica a lo largo de los próximos diez años, y tendrán efectos catastróficos para toda la humanidad…!

F  Pues no he visto tu firma en ninguno de los manifiestos publicados hasta hoy…, ni en los que se publicarán en los próximos años. En cada cumbre mundial, expertos, activistas, instituciones de todo el mundo, piden medidas urgentes a los gobiernos. ¿Puedo preguntarte por qué no participas?

J  (Tenso) ¡Porque ya no estamos a tiempo y porque nada de lo que se haga ahora lo va a detener! ¡Y porque los gobiernos no harán nada hasta que sea evidente para todo el mundo que ya no hay nada que hacer! (Empieza a mostrar signos de angustia: se mueve, inquieto, y parece faltarle el aire).

F  (En un tono un tanto imperativo) ¡Cálmate, o volverás a despertarte en este estado, como tantas noches…! (Con un tono de voz más pausado) Cálmate, tenemos que seguir hablando…

J  (Las palabras de F parecen tener un efecto inmediato, y J se relaja) Es cierto, debo estar durmiendo y tú no eres más que un sueño…

F  (Cortándolo) ¡Yo no he dicho que no sea más que un sueño! He dicho que duermes, que sueñas y que me has hecho venir a tu sueño. No es lo mismo…

J  Hablemos, pues… Dime qué sabes: ¿cuál será el primer gran punto de inflexión? ¿La alteración de la Corriente del Golfo? ¿El metano que liberará el hielo permanente del Ártico al fundirse? Hay cinco o seis puntos críticos a partir de los cuales el proceso se acelerará, y la única duda es saber cuál se producirá primero…

F  (Mira a J, serio y en silencio, durante unos instantes) No es de esto de lo que quiero hablar. Yo podría explicarte…, sí, claro…, muchas cosas… Algunas te sorprenderían; otras, supongo que no… Pero no es de esto de lo que tenemos que hablar.

J  ¿Es que “tenemos que hablar” de alguna cosa que tú sabes cuál es y yo no? ¿Y por qué no podemos hablar de estas cosas que, según tú, “me obsesionan”? ¡Al fin y al cabo, esto no es más que un sueño y cuando despierte lo habré olvidado todo…! 

F  (Con aire reflexivo) Sí, tú puedes despertar y olvidar…, aunque solo sean los sueños o las pesadillas, tú puedes despertar y olvidarlos. Yo no puedo: yo lo sé todo, todo me llega, todo viene a parar a mí. Un contemporáneo tuyo lo dijo muy bien: “Hacemos del futuro el basurero del presente”… Es exactamente eso lo que hacéis… (Cambiando a un tono irónico) Tampoco me quejo: a veces se encuentran cosas valiosas en un basurero; mucha gente sobrevive con lo que encuentra en un basurero…

J  No dejas de sorprenderme: el señor futuro haciendo reflexiones existenciales, citando a filósofos, hablando de si se queja o no de su destino… (Alzando la voz) Y pues, ¿qué es eso de lo que “tenemos que hablar”?

F  ¿De ti, quizás? ¿Del callejón sin salida en el que estás metido?

J  (Impertinente) No, mira, de eso se supone que hablaré con el psicoanalista al que he de llamar mañana, ¿sabes? Mejor no mezclemos las cosas, si no te importa…

F  Bueno, no mezclo nada: esa llamada forma parte de tu futuro inmediato, ¿no? Y, por tanto, también tiene que ver conmigo…

J  (Abatido) ¿Y qué? Tanto da lo que haga o deje de hacer… Iré porque se lo he prometido a Mónica, pero estoy seguro de que no me servirá de nada. ¿Desde cuándo cambian algo las palabras? ¿De qué servirá que hable con un desconocido (Adoptando un tono enfático, burlesco) de mi infancia, de mis padres, de mis fantasmas…? ¿Se moverá el eje de la Tierra? ¿Cambiará la ley de la gravedad? (Gritando) ¿Parará el calentamiento de la atmósfera? ¿Cambiará nada de este maldito futuro que nos espera?

F  Si esta es la actitud con la que piensas ir, no vale la pena que hablemos más. Si piensas ir a hablar del planeta en vez de hablar de ti, de esta angustia que te devora…, no vale la pena ni que hagas esa llamada. Mejor no hacer nada, como sueles hacer…

J  (Enfadado) ¿Qué quieres decir?

F  Lo mismo que te decía antes: que tampoco veo que hagas gran cosa para parar estas desgracias en las que no paras de pensar… Es curioso: no hay duda de que eres un experto en el tema, que hace años que lees, te documentas y estudias todo lo que se publica sobre esta cuestión, pero no haces nada para hacerte oír, no te mueves, no luchas… ¿Piensas seguir así toda la vida?

J  ¿Te burlas de mí? Me reprochas algo que ya sabes que no sucederá, que no habré hecho… ¡Que tú, ahora, señor futuro, ya sabes que no habré hecho!

F  Bien, eso depende…

J  ¿De qué depende? (Gritando) ¡No depende de nada!

F  (Después de un silencio, y en un tono pausado) ¿De tu deseo, quizás…? ¿De tu decisión de hacer o no hacer algo, ahora? ¿De si eres o no capaz de atravesar este muro invisible que te impide avanzar?

J  ¿Mi deseo? ¿Pero, qué me estás diciendo? Tú, precisamente, que hablas desde donde las cosas ya son definitivas, irreversibles, donde ya están escritas, fijadas para siempre… ¿Cómo es que me hablas de mi deseo?

F  (Apesadumbrado, agachando la cabeza y bajando el tono de voz) Me parece que te imaginas el futuro tal y como te conviene: del modo en que hablas, es evidente que no hay nada que hacer, que puedes seguir de brazos cruzados mientras lamentas tu desgracia… Muchacho, me parece que estás más muerto que vivo… No haces más que anunciar el final de los tiempos, y ahora, que se supone que estás vivo, no veo que hagas gran cosa, que intentes cambiar nada…

J  (También inclina la cabeza, se pone en pie y da unos pasos, dándole la espalda a F. Después de una larga pausa, habla, apesadumbrado). Que extraño, todo… En mitad de la noche, atrapado en una pesadilla, en una conversación imposible con… ¿el futuro? ¿El mío? ¿El de todos? (Con perplejidad, desconcierto) Un futuro que me hace preguntas, que me cuestiona, que me interroga… (Mientras se gira hacia F) Dime la verdad: ¿quién eres? ¿Qué quieres de mí?

Al girarse, el foco que iluminaba a F, y que ha ido apagándose mientras J hablaba, se apaga del todo, y cuando J acaba de darse la vuelta el lugar que F ocupaba ha quedado totalmente a oscuras. J se queda inmóvil unos instantes, vuelve a inclinar la cabeza, camina hacia la cama, se sienta en el borde y, lentamente, se deja caer sobre la cama. La luz se apaga y la escena queda a oscuras.

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