Escena 4

 

La escena tiene lugar en el estudio/sala de estar de Joan y Mónica. Al fondo, a la izquierda, una puerta de cristal da paso a una terraza con numerosas plantas. En el centro de la sala hay un sofá y, más allá, un sillón orejero.

Cuando se ilumina la escena, Mónica está en la terraza, de perfil. Vuelve a tener el cabello largo y el aspecto juvenil y saludable que tenía en las escenas del primer acto. Sostiene una pequeña jarra con la que va regando las plantas. Se detiene a mirarlas, quita alguna hoja seca. Tiene un aspecto serio, pero sereno.

Se abre la puerta que hay a la derecha y entra Joan, con un andar pesaroso. Lleva una chaqueta sobre la espalda y la deja caer sobre el sillón. Mónica le ve entrar y le mira sin decir nada. Puede parecer que él no la ha visto. Joan se sienta pesadamente en el sofá, en el mismo lugar en el que había estado sentado, hablando con Mónica, en la escena segunda. Se fija en el móvil y en las gafas de Mónica, que están sobre el sofá; toma las gafas y las mantiene en la mano, con la mirada perdida. Mónica se acerca, se detiene cerca de donde él está y le mira unos instantes en silencio.

M  (En un tono reflexivo y tierno) Ay, mi amor… Quizás al final te habrás cansado de mí, de tantos problemas como te he dado…

Él avanza el cuerpo, poniendo los codos sobre las piernas y, ausente, mueve la cabeza de un lado a otro, con un gesto de desesperanza, pero que puede parecer que responde a las palabras de Mónica.

M  O, quizás, habrás deseado que todo se acabe…

J se queda inmóvil

M  Pero ahora todo es diferente…

J levanta la cabeza y se queda con la mirada perdida.

M  Tendremos que aprender a estar… de otra manera…

J se levanta y camina hasta la mesa de trabajo y deja encima las gafas de Mónica. Toma una foto enmarcada y la contempla.

M  (Camina hasta donde está Joan y se queda detrás de él, sin tocarlo. Mira la foto que Joan ha tomado y exclama con alegría) ¡El verano pasado en la Toscana…! ¿Te acuerdas de Lucca, de Siena…? ¿De aquel paisaje de viñas que llenaba de paz?

J sonríe, triste y melancólico.

M  Ahora todo es tan extraño… Todavía estoy muy cerca, pero… ya no me miras…

J sigue con una actitud ausente.

M  (Insistiendo) ¡No me miras y, quizá, bastaría con que te dieras la vuelta…!

J se da la vuelta y camina hacia la terraza, sin mirarla ni tocarla. Mira las plantas, toca alguna levemente, con un aire pensativo.

M  (Le sigue con la mirada, se acerca a él y le habla con ternura) Cuánto daño nos ha hecho todo esto ¿verdad, Joan? (Hace una pausa y sigue, apesadumbrada) Dicen que, con el tiempo, las cosas cambian… No lo sé…

J toma la jarra que había usado Mónica y riega una de las plantas.

M  Pero aún estamos muy cerca el uno del otro… Hasta con los ojos cerrados lo sé… (Cierra los ojos, sonríe un poco y extiende las manos hacia él, sin llegar a tocarlo).

J extiende una mano para tocar muy suavemente las hojas de una de las plantas, casi como acariciándola. Sus dedos quedan a muy poca distancia de los de Mónica, y él permanece extático, con la mirada perdida, pero, a la vez, con una presencia intensa.

M  (Abre los ojos y le mira. Exclama, con énfasis, pero contenida) ¡Lo ves…! ¡Seguro que tú también lo sientes… Sientes que estoy aquí… Todavía…

J baja la mano e inclina la cabeza, pensativo.

M  (Dulce y triste) Como si oyeras mi voz, como si –sin verme– supieras que estoy en casa… (Con énfasis) ¡Sientes que hay una puerta que todavía está abierta! (Inclinando la cabeza y ahora con abatimiento) Quién sabe hasta cuando…

J camina hasta el sofá y vuelve a sentarse, abatido.

M  (Camina de nuevo y se detiene detrás de él. Exclama, pero sin levantar la voz) Quién sabe hasta cuándo… Será un tiempo, no mucho… Unos días, unos meses, un año…

J apoya la espalda y la cabeza en el respaldo del sofá y cierra los ojos, como recogiéndose en sí mismo.

M  (Inclina el cuerpo y se acerca mucho a Joan, hablándole casi al oído) Después…, ¡ay!... Después habrá un gran vacío entre nosotros, un desierto inmenso, imposible, una tierra de nadie, el espacio interminable entre dos galaxias…

J se tapa la cara con las manos, en un gesto de abatimiento y de dolor.

M  Qué misterio, amor mío… Que nos hayamos querido tanto y después… todo se vuelva imposible: vernos, besarnos, oírnos, sentir el calor de nuestras manos…

J se incorpora, sin levantarse, y sigue tapándose la cara con las manos, apoyando los codos en las piernas.

M  (Se incorpora, lo mira y, lentamente, camina hacia la puerta, que Joan había dejado abierta. Se detiene y se gira hacia él) También dicen que mucho después –cuando ya no queden lágrimas, cuando los recuerdos ya no hagan daño– podremos volver a sentirnos… Que estaré tan cerca de ti que, sin voz, sin palabras, me hablarás y sabrás que te escucho… (Sigue caminando hacia la puerta. Se detiene justo antes de salir y se gira de nuevo a mirar a Joan) Y, tal vez, cerrando los ojos, me verás sonreír… (Calla, inclina la cabeza y sale de la habitación).

J empieza a llorar, poniéndose de rodillas en el suelo. Poco a poco, se deja caer, hasta quedar en el suelo, en posición fetal. La luz se apaga y, durante unos largos instantes, con el espacio totalmente a oscuras, se le oye llorar. Es un llanto profundo, que conmueve todo su cuerpo, que transmite dolor y soledad, pero sin bramidos, sin los excesos de la desesperación.

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