Escena 5

 

En el escenario, y a poca distancia del público, una mesa central orientada a la platea presidida por varios micrófonos, a la que están sentadas dos personas: una mujer, que hará las veces de presentadora, y J. Detrás de la mesa y a ambos lados, hay dos pantallas en las que, en ciertos momentos a lo largo de la escena, se proyectarán imágenes relacionadas con el contenido de la escena.

Más cerca de la platea y un poco a la izquierda del escenario hay un atril. Se trata de un acto público convocado por J, en el que la disposición de la mesa y el atril colocan al público en el lugar de los asistentes al acto. En el momento de iluminarse la escena, la presentadora del acto y J cruzan algunas palabras inaudibles, mientras que una fotógrafa y un cámara de televisión, en puntos diferentes de la sala, captan imágenes del público y de la mesa. Son los momentos previos al inicio del acto. Transcurridos unos instantes, la presentadora comprueba el funcionamiento del micrófono y empieza su parlamento.

Presentadora  Buenas tardes y gracias a todas las personas que han acudido a este acto y a las que lo siguen a través de medios de comunicación y redes sociales. Sin más preámbulos, doy la palabra al señor Joan Holzmann, un hombre de ciencia conocido por todos ustedes, muy implicado desde hace un tiempo en los temas medioambientales. Les avanzo que cuando acabe su intervención, responderá a las preguntas que quieran hacerle (Hace un gesto con la mano dirigiéndose a J e invitándole a tomar la palabra. J se levanta y va a colocarse, de pie, detrás del atril).

J  (Comienza su parlamento en un tono sereno y pausado) Me ahorraré los preámbulos para ir directo a aquello que quiero decirles: no tenemos tiempo que perder.

Mientras dice las frases siguientes, en las pantallas se muestran imágenes de reuniones del comité de Naciones Unidas, y de las cumbres de París, Helsinki, etc. Son imágenes quizás un poco desenfocadas, que no tienen un estilo periodístico: evocan aquello de lo que se trata sin mostrarlo con mucha definición.

Ayer presenté mi dimisión como miembro del comité de expertos de Naciones Unidas, y lo hice por mi desacuerdo sobre el alcance de los efectos del cambio climático y el ritmo con el que se producirán. Pienso que los expertos tenemos la obligación de informar a la ciudadanía, sin ocultar la verdad ni pretender hacerla más soportable.

Hace una pausa e inclina unos instantes la cabeza, como reflexionando. En seguida, vuelva a mirar al público y retoma el discurso con más energía y convicción. Mientras dice las frases siguientes, en las pantallas van apareciendo imágenes de acontecimientos climáticos extremos: inundaciones, sequías, incendios… El ritmo de sucesión de las imágenes no es rápido y no se muestra la misma imagen en las dos pantallas, mezclándose imágenes en blanco y negro y en color.

El cambio climático es un proceso global, planetario, imposible de detener y de consecuencias mucho más graves que las que reconocen los informes del comité. Además, los efectos de carácter devastador pueden empezar a producirse en un plazo breve: en pocos años. No se trata solo de preservar a las futuras generaciones: la dimensión catastrófica del cambio climático se pondrá de manifiesto en un futuro inmediato, y somos las personas que vivimos ahora –niños, jóvenes, adultos, ancianos– los que ya sufriremos directamente sus consecuencias.

Su tono de voz pasa a ser más enfático.

No es alarmismo –sé que se me acusará de esto y de otras cosas–, es la constatación de los efectos que, a partir de ciertos puntos críticos, se retroalimentarán y generarán un aumento brusco de las concentraciones de CO2 en la atmósfera, con las consecuencias que todos sabemos: aumento del calentamiento global, aceleración del deshielo en Groenlandia y en las grandes masas polares, liberación de cantidades incalculables del metano atrapado en los hielos permanentes, alteración de las corrientes aéreas y oceánicas que regulan el clima del planeta… (Hace una pausa breve, como reflexionando) Los vórtices polares, que desplazan grandes masas de aire glacial, llegarán a zonas hasta ahora densamente pobladas del hemisferio norte, como ya ha empezado a pasar de manera episódica. Pronto, la alteración de las corrientes atmosféricas hará que estos fenómenos sean irreversibles. En regiones que gozan ahora de una gran calidad de vida y que pueden creerse a resguardo de los efectos del cambio climático –el continente europeo, los países que rodean el Mediterráneo…–, las temperaturas llegarán a ser extremas.

Cambia a un tono más oscuro y un poco ausente. Mientras dice las frases siguientes, en las pantallas se muestran imágenes y gráficas sobre la circulación de las corrientes oceánicas, los vértices polares, etc.

Todo esto pasará: no sabemos exactamente en qué momento ni a partir de qué factor desencadenante, pero pasará, y las dinámicas energéticas que hay en juego son de tal magnitud que, llegados a este punto, ninguna acción humana, por global y concertada que sea, podrá detenerlo.

Retoma el tono más enfático y lleno de convicción. Mientras dice las frases siguientes, en las pantallas se muestran mapas de las áreas geográficas a las que va haciendo referencia, así como imágenes de huracanes, incendios e inundaciones.

En zonas más meridionales –entre, aproximadamente, los trópicos de Cáncer y Capricornio– el estancamiento de grandes masas de aire cálido comportará el aumento de las temperaturas y, por tanto, una mayor desertización, unida a incendios de proporciones hasta ahora desconocidas. El aumento de las temperaturas en el mar y en la atmósfera generará huracanes de un inmenso poder de devastación, muy superior al de aquellos que, cada vez más a menudo, se vienen produciendo en los últimos años.

Todos estos efectos –volveré a decirlo: catastróficos–, unidos al aumento del nivel del mar, que se producirá en todos los continentes y en los dos hemisferios, serán letales para las condiciones de vida de la humanidad: se extenderán por todo el planeta, y regiones muy extensas dejarán de ser habitables, como lo son ahora Alaska o el desierto de Gobi (Hace una pausa) Por supuesto, los países del Tercer Mundo, siempre más vulnerables, sufrirán estos efectos antes y con mucha mayor intensidad…

 La presentadora, que ha ido dando muestras de una inquietud creciente, le interrumpe. J se gira hacia ella y la escucha.

Pr  He de decirle, Sr. Holzmann, que estoy sorprendida (Hace una pausa. Se la nota incómoda y nerviosa) Sorprendida y quizá contrariada, no sé… Yo desconocía el contenido de su disertación y, la verdad, no puedo esperar al final para hacerle una pregunta… Por lo que ha dicho al principio, entiendo que no todos los miembros del comité de Naciones Unidas piensan lo mismo que usted.

J  Es cierto. En los casi dos años que he formado parte del comité he convencido a buena parte de sus miembros de la fiabilidad de mis pronósticos, pero reconozco que otros no los han aceptado… (Hace una pausa) ¡Ojalá estuvieran en lo cierto y fuera yo el que se equivoca…!

Pr  Pero, ¿por qué tendríamos que creerle a usted y no a los que no están de acuerdo con sus previsiones? Los que no somos científicos tenemos que confiar en la opinión de los expertos, y usted nos dice que son los primeros en no estar de acuerdo…

J  Sí, es cierto, algunos no están de acuerdo con el carácter extremo de mis pronósticos, pero (Con énfasis) ¡ténganlo en cuenta!, están todos de acuerdo en que, si no se toman medidas drásticas, los efectos a medio plazo del cambio climático serán devastadores. (Con mucho énfasis) Y a ellos, que reclaman cambios importantes, pero realizables y beneficiosos para la economía mundial, no se les hace caso…

Pr   Pero si la situación es tal y como usted la describe, o si simplemente aceptamos lo que la comunidad científica da por cierto y seguro, ¿por qué no hay una movilización social permanente? ¿Cómo se entiende que el cambio climático no sea la prioridad absoluta de todos los gobiernos?

Se aparta del atril y empieza a caminar lentamente por el escenario: primero un aire ausente y mirando al suelo, y después dirigiéndose al público.

J  Me lo he preguntado infinidad de veces y, la verdad, no tengo la respuesta… (Hace una pausa) Los líderes políticos solo hacen suyas las reivindicaciones que la sociedad asume y reclama con fuerza, y eso hoy no sucede… Pienso que en el mundo hay muchos millones de personas que se han costumbrado a vivir de la manera en que les dijeron que lo hicieran, y que no pueden entender que ahora se cuestione su estilo de vida y se les pidan cambios y renuncias difíciles de asumir. Existe una especie de aceptación tácita de la gravedad del problema –todo el mundo habla del cambio climático: en las reuniones de amigos, en la calle, en los medios–, pero hay una inhibición absoluta en lo que respecta a la acción individual y colectiva…

(En un tono reflexivo, mientras se acerca a la platea) Pensemos en nosotros mismos, los que nos hemos reunido hoy aquí. (Mira hacia el público) Veo entre el público a algunas personas que conozco y que aprecio: la ministra de Energía y Medio Ambiente, diversos científicos, una directora de cine, un conocido filósofo y escritor… Personas –como tantas otras– cultas, informadas, que están al corriente de lo que los expertos dicen desde hace décadas… Personas que influyen en la opinión pública, que hablan en los medios, publican, toman decisiones… Y, a pesar de ello, aquí y en todas partes, el cambio climático es un tema más en el discurso social, del que se habla mucho, sí, pero como se habla de una huelga de trenes o de la final de un campeonato de fútbol…

Como le decía, no tengo una explicación, pero constato un hecho: el ser humano quiere dormir, pasar la vida en el sueño de lo cotidiano, y a menos que la desgracia llame a su puerta, nada logra despertarle.

Pr  Y usted…, ¿se propone despertar a la gente? ¿Hacernos despertar?

J hace una nueva pausa, se queda unos instantes con la mirada perdida y retoma su discurso, volviendo a mirar hacia el público mientras camina por el escenario.

J  Sí, eso es lo que me propongo… (Hace una pausa y se queda unos instantes en actitud reflexiva) No es la primera vez que grandes colectivos humanos viven de espaldas a un desastre que solo algunos vieron llegar. Crisis económicas, conflictos sociales, guerras que han arrasado todo un continente dejando millones de muertos, han llegado poco a poco, sin hacer mucho ruido, “como un ladrón en mitad de la noche…”, y han tomado por sorpresa a una población que no había visto –o había preferido ignorar– ninguno de los signos que podían anunciarlo (Hace una nueva pausa, más breve) Y a cada generación –o, a lo sumo, a cada dos– le toca enfrentarse a uno de estos períodos en que, empujados por lo peor de sí mismos, los hombres se aplican a la destrucción de todo aquello que, lentamente, la civilización había construido y defendido: ciudades, industrias, cultura…

(En un tono más cercano y dirigiéndose más directamente al público) Mi abuelo materno, judío alemán nacido en Dresde, que había estudiado Química y se había instalado en Berlín, vio venir el desastre del nazismo. Antes de que empezasen las agresiones a los judíos, antes de la proclamación del Tercer Reich, mucho antes de los campos de concentración y de exterminio en los cuales él y muchos de sus familiares fueron asesinados… Lo vio venir y, a pesar de los reproches de unos y otros, consiguió que su mujer y sus dos hijas se marcharan a tiempo a Francia… desde donde huyeron después a una España que la guerra ya había devastado y en la que ya solo mataban el hambre, el miedo y la represión franquista. Y donde su hija pequeña, años después, conoció a mi padre…

Hace una pausa para reflexionar y retoma su parlamento con un énfasis que va en aumento.

La crisis que se acerca no es una catástrofe natural, no es la caída de un gran meteorito ni un terremoto devastador: es una alteración profunda y drástica del clima del planeta como consecuencia de la actividad humana, y sus efectos no serán menores que aquellos… (Con más énfasis) Pero podemos anticipar algunos, movilizarnos, unirnos para salvar lo que sea posible salvar y, como han hecho todos los supervivientes de las grandes tragedias y los grandes dramas humanos, mantener abierto el libro de la historia, darnos una oportunidad… Nos corresponde decidir si queremos hacerlo, si queremos luchar…

La sala se queda en silencio durante unos largos instantes, al final de los cuales la presentadora, que se ha mostrado impactada mientras él hablaba, se le dirige de nuevo.

Pr   ¿Y qué piensa hacer a partir de ahora?

J  En primer lugar, dejo la investigación, dejo todas las actividades académicas y científicas que no estén directamente relacionadas con la evolución del cambio climático y sus efectos. Dejo todas las falsas prioridades que pensaba tener, y lo hago para dedicarme a la prioridad absoluta de luchar contra las consecuencias de ese tsunami que hemos producido… No lo detendremos, no podremos reducir su fuerza, ni el empuje con el que nos golpeará, pero si estamos informados, prevenidos, quizá podremos disminuir algunos de sus efectos, limitar el impacto sobre la vida y la salud de un número importante de seres humanos.

Pr  Y este propósito, ¿cómo se concretará? ¿Qué acciones, qué iniciativas…?

J  Es necesario que se produzca una verdadera subversión, un asumir colectivamente la necesidad absoluta de cambios muy profundos y que lleguen a la acción de gobierno: la de los estados, pero también la de las regiones, las ciudades… Y creo que eso solo sucederá si los jóvenes también se movilizan y hacen suya esta causa (Hace una pausa) En realidad, quizás solo ellos están en condiciones de arriesgar tanto, de ponerse de pie y salir a la calle… Los adultos perdemos el sentido de la revuelta y, probablemente, la fuerza para luchar cuando hay que hacerlo…

Pr  Y, si lo consigue, si se da un movimiento social que imponga su agenda a los gobiernos, ¿qué cree que habrá que hacer? ¿Cuál es su plan?

J  (Con énfasis y metódico) Poner en marcha medidas muy urgentes… Harán falta personas capacitadas y convencidas, y recursos, muchos recursos. Habrá que desarrollar alternativas a las estructuras viarias y de telecomunicaciones que resulten destruidas o afectadas, organizar los flujos migratorios, distribuir recursos básicos: alimentación, sanidad…

Pr  Le oigo hablar y pienso en lo que hay que hacer ante una catástrofe humanitaria en cualquier lugar del mundo… Para ayudar a las víctimas de una guerra civil, un terremoto, una pandemia…

J  Sí, claro… (Con énfasis) Es de eso exactamente de lo que hablo: de una catástrofe humanitaria que afectará de manera global al conjunto del planeta, con áreas que resultarán devastadas y áreas en las que la supervivencia será posible…, si hacemos todo aquello que he empezado a exponerle.

Pr  ¿Y no le da miedo de que su mensaje pueda producir tanta ansiedad entre quienes le escuchamos que genere rechazo? He de decirle que, a mí, el escenario que está dibujando me produce mucha ansiedad…

J  Lo sé… Le puedo asegurar que lo sé: yo también he sentido esa angustia, y la siento: pero también es lo que me espolea y me empuja a actuar.

Una persona entre el público levanta la mano y la presentadora la invita a hablar.

 
 

Pr  Adelante… ¿Puede decirnos su nombre o su profesión?

Activista  Sí, soy biólogo, trabajo en temas medioambientales, y soy miembro de un grupo ecologista. También he trabajado en cooperación internacional, en África y en América Central. Querría hacerle una pregunta al Sr. Holzmann.

Pr  Adelante, por favor…

Ac  De hecho, es una pregunta y una reflexión… El Sr. Holzmann me merece mucho respeto, pero reconozco que estoy impactado por lo que le he oído decir… (Dirigiéndose directamente a él, en un tono de gran seriedad) Si las cosas son tal y como usted dice, ¿qué cree que tenemos que hacer? ¿Abandonar las luchas que activistas de todo el mundo llevamos a cabo? La defensa de las selvas amazónicas, la protección de la biodiversidad, la supresión de los combustibles fósiles… Todo esto, ¿ya no tiene sentido? ¿Nos propone dedicarnos solo a este mañana prácticamente apocalíptico?

J  (Baja la mirada y se detiene a reflexionar antes de contestar) No, no… No es eso lo que propongo. Todas esas luchas y tantas otras son fundamentales… Cada onza de energía que le restemos al huracán, al deshielo, al incendio, es importante. Y aquellos que, como usted, hace años que están comprometidos con estas causas, son imprescindibles…

Se queda unos instantes en silencio y en actitud reflexiva. Cuando vuelve a hablar lo hace con una expresión pausada y un tanto ausente.

¿Sabe qué pienso, a menudo? Que quizá la humanidad ya se ha abandonado y ha aceptado su destino: prolongar un tiempo la vida, el goce de vivir, y morir… Quizá la pulsión de muerte ya ha ganado la partida… (Con énfasis) ¡Pero, al mismo tiempo, este pensamiento me exaspera, me inflama, me empuja a revelarme… Y pienso en todos aquellos que, como usted, llevan años dedicando energías a esta causa, y pienso en todos aquellos que, llegado el momento, estarían dispuestos a grandes cambios, a grandes renuncias, a una lucha larga y difícil para sobrevivir… (Dirigiéndose más directamente a la persona que le ha hecho la pregunta) Le invito a leer mis informes y a discutir conmigo las conclusiones y las propuestas y, si le convenzo, a trabajar conmigo en esta gran iniciativa.

Ac  (Le ha escuchado atentamente. Mira un instante a J en silencio y responde pausadamente) Lo haré, le aseguro que lo haré… Gracias por su respuesta.

Pr  Una persona que no está en la sala, pero que ha escuchado su intervención desde Londres, nos ha pedido intervenir y hacerle una pregunta. ¿Puede decirnos su nombre o su profesión?

 
 

Se oye una voz a través de la megafonía de la sala, y en una de las pantallas aparece la imagen del interlocutor.

Banquero (En un tono de voz que quiere ser amable y con un punto de humor) Bueno, le diría que soy banquero, pero sé que eso no suscita grandes simpatías… (En un tono más presuntuoso) Soy consejero delegado de una entidad financiera que gestiona fondos de capital, y con grandes inversiones en su país.

Pr  Entendido… Y ¿puede decirnos cuál es su interés en las cuestiones que estamos tratando?

B  (Con cierta suficiencia) ¡Por supuesto! En primer lugar, he querido escuchar al Sr. Holzmann porque estar al corriente de lo que plantean los líderes de opinión de un país en el que tenemos fuertes intereses forma parte de mi trabajo. Pero también porque los temas medioambientales son del máximo interés para nosotros… (Acentuando los aires de suficiencia) Después de décadas centrándonos en inversiones de alta rentabilidad en la generación y distribución de hidrocarburos y sus derivados, hemos avanzado mucho en una nueva línea de productos que un sector de nuestros clientes pide cada vez más: las energías renovables. Energía solar fotovoltaica, centrales solares, turbinas eólicas…

Pr  (Impacientándose) Muy bien, pero ¿puede decirnos cuál es su pregunta?

B  (Duda un momento antes de hablar) He de decirle que a mí también me ha sorprendido la intervención del Sr. Holzmann… No entiendo que alguien con su formación y su trayectoria no contribuya al clima de confianza que conviene a un sector que, no me lo negará, responde a los criterios medioambientales que él también defiende. Seguro que está al corriente de que cada vez son más los fondos de capital que solo invierten en proyectos de economía sostenible…

J  (Cortándolo de manera seca y brusca) ¡Sí, lo sé, claro que lo sé! El dinero siempre sabe dónde está el máximo beneficio: ¡durante muchos años lo ha obtenido a partir de los derivados del petróleo, a pesar de saber perfectamente las consecuencias que eso tendría! Y sí, ahora algunos ven que el negocio está en otro lugar…

B  (Adoptando un tono de falsa humildad) Puede que sea cierto que, en el pasado, ciertos excesos del capitalismo hayan contribuido a producir lo que ahora llamamos “cambio climático”, pero, si es así, la solución tiene que venir de la mano de quienes han formado parte del problema, ¿no les parece? Además, hablemos claro, ¿quién sino nosotros tiene la capacidad y los medios para cambiar las cosas?

J  (Tenso pero contenido) Sí, eso también lo sé… Y durante un tiempo pensé que quizás la solución pasaba por ahí: que el mundo del poder y el dinero, las élites financieras que deciden los grandes movimientos de capital, las grandes inversiones, entendieran que seguir ganando, seguir siendo los amos del mundo, pasaba por promover una economía diferente: energías renovables, industrias menos contaminantes, coches eléctricos…

B  (Con énfasis) ¡Totalmente de acuerdo! Hace tiempo que nuestros estudios de mercado nos indican esto: las preferencias del consumo van por este camino, y el holding al cual represento ha sido de los primeros en reorientar una buena parte de sus proyectos y sus inversiones. ¿Qué hay de malo en estar atento a los intereses del consumidor?

J  (En un tono frío, cortante) Todo eso habría estado muy bien hace cincuenta años, pero entonces extraer y quemar combustibles fósiles era más fácil y rentable, aunque se contaminara todo el planeta y se aumentara el calentamiento de la atmósfera… Ahora todo eso –la energía solar, el consumo de proximidad, la reducción de emisiones…– ya no servirá de nada, no… (En un tono sarcástico) ¿Las demandas del consumidor? Los consumidores piden aquello que el mercado impone, sobre todo si permite seguir durmiendo, seguir soñando…

B  (Enfático) ¡El Sr. Holzmann parece haber descubierto ahora la condición humana, con sus límites y sus inercias, que tan poco han cambiado a lo largo de los siglos…! ¿No le parece más conveniente que los líderes –los líderes políticos, financieros, científicos, como usted mismo– apuntemos en la dirección en la que han de ir los cambios sociales y contribuyamos a producirlos? Pero sin generar una ansiedad innecesaria y contraproducente… El dinero quiere seguridad, estabilidad…

J  (Cortándolo de nuevo, muy enfadado y levantando la voz) ¿Sabe qué le digo? ¡Que estoy harto de la condición humana y de los que la invocan para decir que nada puede cambiar! ¡Y aún más de los que lo hacen en nombre de (Sarcástico) la rentabilidad de sus inversiones! (Gritando) ¿Desde cuándo puede haber rentabilidad en un mundo sin futuro? (Tenso crispado, se detiene unos instantes y continúa) ¡Usted no ha entendido nada y me temo que su ceguera es la peor de todas! (Alzando la voz hasta gritar y dirigiéndose al público) ¡Esto es la guerra, amigos míos! ¡La peor de todas, porque es la guerra contra nuestra estupidez y nuestros límites!

B  (Con una actitud de sorpresa y de enfado) ¡Me sorprende todavía más, Sr. Holzmann…! ¡Con estos planteamientos extremistas no llegaremos a ninguna parte, ni tiene ningún sentido continuar esta conversación! (Desconecta y su imagen desaparece de la pantalla).

J (No parece haber escuchado las últimas palabras de B. Habla inclinando la cabeza y oscureciéndose) Luchamos contra el loco, el insensato o el ciego que todos llevamos dentro; o, quizá, simplemente el estúpido, el ignorante, el perezoso… ¡No ganaremos esta guerra, ya lo sé, todos lo sabemos! Y no la ganaremos porque ya la hemos perdido, porque el daño que se ha hecho es del todo irreversible, y porque nuestro funcionamiento como especie es inseparable de la destrucción del entorno que producimos… Pero ¿saben qué? (Alzando la voz) ¿Es hora de luchar, es hora de decirnos que no queremos claudicar, qua aún no nos rendimos, que aún estamos vivos y queremos darnos otra oportunidad…! (Mirando en dirección al público, haciendo un gesto con los brazos y las manos abiertas, y hablando en un tono enérgico pero sereno) ¿No lo creen…? (Hace una pausa breve y retoma en un tono más bajo) Les doy las gracias por haberme escuchado…

La presentadora y la persona que ha hecho una pregunta desde la sala responden a sus preguntas con un aplauso al que –deseablemente– se une el público, mientras que la fotógrafa vuelve a hacer fotos, disparando flases, J se queda en silencio, con la cabeza inclinada y aire pensativo.

Las luces van apagándose gradualmente hasta que el escenario queda a oscuras.

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