Escena 3

 

En el dormitorio de Joan y Mónica. Él está sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabezal y escribiendo en un portátil. Ella está sentada frente a la mesa, con un libro abierto y tomando notas en un papel. Pasados unos instantes, J deja de escribir, mira a Mónica y hace un primer comentario, en un tono que quiere ser distendido pero que transmite seriedad.

 

J  Por cierto…, fui a ver al psicoanalista…

M  Sí…, esperaba que me comentaras algo… Y ¿qué tal? ¿Bien…?

J  Sí, de hecho, ya he ido unas cuantas veces, pero ahora no me apetece hablarlo... Me está removiendo cosas, ya sabes…

M  (Le mira un poco sorprendida) Sí, claro… Son cosas muy personales…

J  Pero seguro que en otro momento tendré ganas de comentarlo.

M  (En un tono empático y afectuoso) Claro que sí, mi amor; cuando tú quieras…

J  (Se levanta y se acerca a ella: pone las manos en su espalda y empieza a hacerle un masaje muy suave) ¿Cansada? Hoy has trabajado muchas horas y veo que aún estás atareada…

M  Sí, con la epidemia de gripe he tenido casi el doble de visitas que en un día normal y, tal como soy, en momentos así me estreso más.

J  Sí, claro: debe de ser agotador.

M  No es por eso… Me estreso porque son días en los que hay más riesgo de que se me pase por alto alguna cuestión importante y me obligo a estar más atenta que nunca. Después de ver a quince o veinte pacientes, es fácil pensar que el siguiente, si tiene unos síntomas parecidos, también debe tener un resfriado o una gripe, y darle el mismo tratamiento.

J   (Se aparta, camina hasta la mesa y se apoya en ella, de cara a M) ¿Y no es lógico hacerlo así? ¿Dónde está el problema?

M  No, no es lógico: porque cada paciente es diferente, y tengo que dedicarle la misma atención que al primero que he visto a las ocho de la mañana… o a las once, cuando vuelvo de tomar un café, los días que puedo ir…  (Mira a J, que la ha escuchado en silencio) A mí no me ha pasado nunca, pero detrás de síntomas muy comunes puede haber una neumonía, o el inicio de una leucemia…

J  (En un tono más serio y apartando la mirada) Sí, claro, los médicos estáis en contacto cada día con estas fronteras –la salud y la enfermedad, la vida y la muerte– intentando que las personas nos mantengamos el máximo tiempo posible del lado que conviene…

M  Y no es solo eso. ¿sabes cuántas consultas recibo que no tienen nada que ver con un problema orgánico? Niños con dolor de barriga, con problemas para dormir, o que han perdido el hambre… Miro a los padres, preocupados por lo que le pasa a su hijo, e intuyo que a ellos les pasan otras cosas, que quizá son las que acaban afectando al cuerpo de su hijo. Hay mucha gente que lo pasa mal, Joan, gente con problemas de todas clases; y, encima, unos padres deprimidos o desbordados acaban sufriendo también por cómo esa situación afecta a sus hijos.

J  Pero, Mónica, ¡no puedes pretender hacer también de psicóloga de tus pacientes!

M  (Con énfasis) ¡No quiero hacer de psicóloga, Joan! ¡Quiero hacer de médica, pero quiero hacerlo bien…! Y de la misma manera que no he de confundir una enfermedad con otra, tampoco he de confundir una enfermedad del cuerpo con un malestar que habla a través del cuerpo pero que es de otra clase.

J  Sí, sí, te entiendo, pero creo que no has de pretender entrar en un terreno que no es el tuyo. Los médicos tenéis detrás a ejércitos de investigadores y empresas que invierten cantidades enormes de dinero para producir fármacos: fármacos que curan, aunque el enfermo no se sienta bien atendido…

M  Joan, (En un tono de enfado y muy irónico) ¡muchas de estas empresas ya hace tiempo que dedican más dinero a márquetin que a investigación, y que sus directivos piensan más en la cuenta de resultados que en la salud de las personas! Claro que hay grandes avances, sobre todo en fármacos para las enfermedades del primer mundo, las que pueden dar grandes beneficios… Y, además, (De nuevo con énfasis) ¡son ellos los que pretenden entrar en un terreno que no es el suyo y convertir en enfermedades malestares que de ninguna manera se deben tratar con fármacos!

J  Me parece que exageras, Mónica…

M  No exagero, Joan… Lo veo cada día en la consulta y lo hablo a menudo con otros colegas. ¿Sabes cuántos niños se medican hoy en día con esta historia de la hiperactividad o del trastorno bipolar? (En un tono un tanto sarcástico) Como los niños no han sido nunca movidos, y como no puede haber ninguna otra razón si un niño está inquieto, triste o no se concentra, decimos que tiene un problema neurológico y lo medicamos: ¡psicoestimulantes, ansiolíticos, antidepresivos, todo eso vertido en un cerebro en formación y sin que sepamos gran cosa de sus efectos a largo plazo!

J  (Oscureciéndose) En todas partes debe de haber gente con poco criterio o que se deja llevar por la codicia, no lo dudo… (Cambiando de tono y mirándola con complicidad) No te enfades, pero durante un tiempo pensé que los sistemas inteligentes harían muy bien el trabajo de los  médicos –diagnosticar, medicar…– y que (Hace una pausa muy breve y se ríe) quizá lo harían mejor que los médicos… (Cambia a un tono cálido y cercano) Pero, claro, un sistema inteligente no tendrá nunca el espíritu crítico que puede tener un médico “humano”, como tú. Y tampoco tendrá los conflictos que tú tienes…

M  Joan, tengo días mejores y días peores, pero no sé hacer de médica sin mirar a los ojos a mis pacientes y escucharlos, y eso no quiere decir que no sea rigurosa y científica. Estar enfermo no afecta solo al cuerpo, y eso un médico tiene que saber tratarlo o, por lo menos, acogerlo, darle la importancia que tiene. Y si no le interesan sus pacientes, las personas que son, mejor que se dedique a otra cosa.

J  (Acercándose a ella) Caramba, Mónica… Seguro que sabes de qué hablas y que no te faltan motivos para indignarte, pero me duele verte tan tensa y tan disgustada por cosas de tu día a día. (Hace una pausa, reflexivo) Quizá mis cambios de humor y mis malestares te han afectado más de lo que pensaba… (Se acerca más y la abraza con dulzura; ella responde con la misma actitud) Lo siento… Te quiero, Mónica…

M  (Lo mira, emocionada) ¿Sabes que hace mucho que no me lo decías? (Hace un gesto para recoger una lágrima que le ha venido a los ojos) Estás pasando momentos muy difíciles, ¿verdad? Pero siento que ya vuelves a ser el de antes… (Se besan largamente, primero con dulzura y después más apasionadamente. La luz va apagándose mientras ellos se acercan a la cama y se tienden, abrazados. La escena queda a oscuras).

Pasados unos instantes, la escena se ilumina lenta y progresivamente. Joan y Mónica duermen, abrazados y tapados con una sábana, justo por debajo de la espalda. La escena sugiere que se han dormido después de hacer el amor.

Gradualmente, un foco ilumina a otra figura que, desde un extremo –del lado de la cama en el que duerme Joan– se acerca lentamente. Es una mujer joven, de una belleza física extremadamente sensual. Va prácticamente desnuda: lleva unas braguitas minúsculas y va cubierta con un velo corto y muy transparente, que acompaña la sensualidad de sus movimientos. Llega junto a la cama, mirando intensamente a Joan.

 
 

Antigua amante Míralos, qué monos… Han hecho el amor –¡ya tocaba…!– y ahora duermen como unos angelitos, abrazados, enamorados… (Se sienta en la cama, de cara a la platea, y pasa una mano por la cara de J) Hola, rey… Adivina quién ha venido a verte… Como tú no vienes nunca, he de ser yo quien se haga presente. (J gira la cabeza sin abrir los ojos ni despertarse, pero sensible al gesto de la chica) ¡Vamos, hazme un poco de caso, gamberro…!

Se coloca de rodillas encima de la cama y, con un gesto, aparta a Joan de los brazos de Mónica, hasta que queda boca arriba. Él acompaña dócilmente el gesto de la chica que, abierta de piernas, se coloca encima de él, a la altura de los genitales, y empieza a hacer un suave movimiento de cintura, frotando su sexo con el de él.

¿Ni así te despertarás…? (Baja la sábana hasta la cintura y le pasa las manos por el torso, acariciándolo de manera muy sensual, y empieza a darle besos en el pecho y en los labios. De repente, se detiene y vuelve a quedarse sentada encima de él, pero sin moverse).

Nada… ¿Tan satisfecho has quedado con este polvo con tu chica? ¡Cómo has cambiado! (Se levanta con un movimiento enérgico, se coloca de pie junto a la cama, de cara a la platea, y sigue hablando, mirándolo) Antes, trempabas con solo oír mi voz por teléfono… Al menos eso es lo que me decías, quizá solo para “ponerme caliente”, como te gustaba decir… (Empieza a caminar, siguiendo el borde de la cama) ¡Y vaya si me ponías caliente…! (Al levantarse ella, J se ha dado la vuelta, colocándose casi boca abajo. Al avanzar, ella tira de la sábana y, poco a poco, deja al descubierto su espalda y una parte de sus glúteos, hasta que, suavemente, deja caer la sábana).

(Como hablando a las paredes) Antes… Tampoco hace tanto, pero ya no pareces la misma persona, el mismo hombre… ¡Porque estaba claro que eras un hombre y que te gustaba hacérmelo sentir! Hasta que conociste a esta muchachita y, volviendo del primer viaje, ya vi que habías cambiado: “Me he enamorado…”, me dijiste. (En un tono sumamente burlón) “Ella es diferente, es especial, bla-bla-bla…”, el rollo de siempre… (Se detiene a los pies de la cama y se sienta, con las piernas abiertas y de cara a la platea. Se gira del lado de Joan y pone una mano sobre sus pies. Él mueve un brazo y tira de la sábana, tapándose hasta la cintura.)

(Acentuando el tono irónico y haciendo el gesto de contar con los dedos) De hecho, también se lo dijiste a Helen, a Rose, a Jasmin, a… Tan feliz que parecías, habiendo encontrado el amor de tu vida. ¡Tan convencido como parecías de que, (Con énfasis) ahora sí, vivirías la vida, la de verdad, intensa, plena! (Haciendo una pausa y mirándolo con detenimiento) Y, feliz… no pareces serlo mucho, la verdad… No me extraña que ella te haya enviado al psicoanalista…

Girándose hacia Mónica, mirándola y poniendo una mano sobre sus pies. Mónica se mueve, dándose la vuelta y quedando de espaldas a Joan. La chica empieza a tirar de la sábana que la cubre, dejando al descubierto su cuerpo, justo por debajo de los glúteos. Se levanta y sigue avanzando por el borde de la cama, en dirección a ella, mientras sigue con la mirada el cuerpo de Mónica y, con un dedo, recorre suavemente su contorno. Mónica se estremece levemente.

(Lentamente) Es guapa…, es joven… (Un poco burlona) Parece buena persona… (Se sienta en la cama, al lado de ella y de cara a la platea. Le acaricia la cara, le pasa la mano por la espalda, le busca el pecho con un gesto leve pero inequívocamente sensual. Mónica se estremece levemente, pero no se aparta) También podríamos habérnoslo montado los tres, ¿no? Ya sabes que, a mí, de vez en cuando, me gusta hacerlo con una mujer… ¡Claro que lo sabes, sinvergüenza! Cuántas veces nos lo montamos con Sara… (Se acerca y, suavemente, le besuquea la espalda, el cuello y la oreja. Ella vuelve a estremecerse muy levemente).

(Incorporándose, pero todavía sentada y mirando a Joan) ¡Pero, no, con ella ni hablar de estos juegos! ¡Con ella es diferente, otra cosa…! (Hablando lentamente) Y, claro, seguro que tú no lo ves así, pero… si te ha cambiado tanto la vida, pero no de la manera que creías, quizá todo esto tiene algo que ver, ¿no…? (Mirándola con un punto de ternura y volviendo a recorrer con el dedo el contorno de la cara y el torso de Mónica) Quizá ella es demasiado dulce, demasiado lista, demasiado buena persona, demasiado… Los hombres… no sabéis amar de verdad. O quizá no podéis…, o no estáis hechos para eso… (Con énfasis) ¡Quién sabe para qué estáis hechos los hombres…! (Se levanta, se queda un momento de pie mirando a Mónica, que hace un gesto con el brazo y tira de la sábana, tapándose hasta por encima del pecho. Empieza a caminar siguiendo el borde de la cama y en dirección a la platea).

¿Qué debes haberle contado al psicoanalista? Todo ese rollo tuyo de la ciencia, ¿verdad? Y que si eres un superdotado, y que si las personas como tú no podéis tener una vida convencional, y que hay gente que no sabe ni cómo funciona una bombilla y otros, en cambio, ya sabéis cómo será el mundo dentro de cien años… Te crees tan especial y, en el fondo, eres tan como todos… (Ha llegado al lado de Joan y se ha puesto de rodillas en el suelo, de cara a él. Hace una pausa y se detiene mirándolo. Se da la vuelta y se sienta en el suelo, apoyando la espalda en la cama. Sigue, lentamente, y en un tono más serio) También le has hablado de tus padres, ¿verdad? A mí me hablaste de ellos aquel fin de semana que fuimos a los Grandes Lagos. Paseábamos, de noche, bajo un cielo espléndido –¡miles de estrellas brillando sobre aquel negro intenso!– y empezaste a hablarme de ellos y de la mierda de infancia que tuviste… Me impresionó verte llorar, Joan: yo pensaba que alguien como tú no se rompía nunca, aunque hubiera sufrido tanto o más que el resto de la gente. Porque, sufrir, ¿quién no ha sufrido? ¡Pero tu parecías de hierro, Joan!

(Se gira hacia él y vuelve a ponerse de rodillas, mirándolo. Cambia a un tono más ligero) ¿Y de mí, no le has hablado, canalla? ¿O de Helen, de Rose…? ¿No le has hablado de cómo te gustaba lo que hacíamos…? (Va acercándose hasta que se recuesta al lado de Joan) Me encontrabas perfecta, decías: mi piel, mi olor, mis cabellos… (Baja de nuevo la sábana y empieza a acariciarlo sensualmente) Quizás estás tan mustio porque ya no piensas en mí… (Toma su mano y la coloca, primero, encima de uno de sus pechos; después, la hace bajar lentamente hasta su sexo) ¿Ya le has hablado de este tesoro que tengo entre las piernas…? (Mueve la mano de Joan, arriba y abajo, excitándose –él parece participar, levemente, como en sueños, en el juego y en la excitación– hasta que, de pronto, ella le aparta la mano y se levanta bruscamente de la cama).

(Muy enfadada y hablando de espaldas a la cama) ¡Eres un idiota! ¡Todos lo sois! ¡No sabéis disfrutar…! (Se gira y empieza a caminar, siguiendo el borde de la cama y hablando como para sí misma) ¡Demasiada felicidad enseguida os da miedo, demasiado placer enseguida os echa atrás y corréis a buscaros alguna preocupación, algún problema, cualquier cosa con tal de huir de la única felicidad posible, del placer que apenas habéis probado! (Hace una pausa larga, respira hondo, se gira muy lentamente hacia él y empieza a hablarle en un tono de voz insinuante) ¿No quieres que volvamos a hacerlo? Confiésate que aún te gusto… Vamos, ven… (Acercándose a la cama y poniéndose de rodillas y abierta de piernas encima de él. Sigue en un tono de voz muy insinuante y provocador) Tengo todo lo que ella no tiene, y no tengo nada de lo que ella tiene… (Empieza acariciarle el pecho, a mover la cintura con una cadencia sexual, cada vez más excitada). ¡Hagámoslo una vez más, vamos…! ¿Ves cómo aún me deseas…? (Cada vez más excitada, toma las manos de Joan y las lleva a su cintura. Joan la ciñe, con suavidad, pero decididamente) ¡Así, así, Joan! ¿Ves como todavía te gusto? ¡Así, sigue! (Se recuesta sobre él y todo su cuerpo se mueve con una cadencia cada vez más intensa).

La luz va apagándose lentamente, mientras se oyen las exclamaciones de excitación y de placer, hasta que el escenario queda totalmente a oscuras.

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