Escena 1

 

En la consulta del psicoanalista. Están P y una periodista que ha ido a entrevistarle, sentados cara a cara en dos butacas. Ella es una mujer negra, joven. Es una conversación distendida, incluso cordial, a pesar de la seriedad de los temas que presumiblemente han tratado.

 

Periodista  No le entretendré mucho más. Ha sido muy amable dedicándome este rato…

P  No hace falta que me lo agradezca: es un placer recibirla y contestar a sus preguntas.

Pe  Aún tengo que pedirle algo más. El fotógrafo del periódico no ha podido venir y me hacen falta una o dos fotos para ilustrar la entrevista. Si no le importa, se las haré yo misma…

A lo largo de la conversación, Pe le propone a P colocarse en diversos lugares de la consulta y le hace unas cuantas fotos. Estos movimientos por el escenario escanden el curso de la conversación.

P  No, claro, no me importa, pero, la verdad, no lo veo necesario… Me gusta pensar que a sus lectores les pueda interesar lo que hemos estado hablando, pero dudo mucho de que les pueda interesar mi aspecto… Me parece que nuestra sociedad es demasiado visual, que estamos demasiado fascinados por las imágenes y que la palabra pierde protagonismo…

Pe  Pero eso es muy difícil de cambiar, ¿no cree?

P   (Enfático) ¡Por supuesto! ¡No me propongo cambiarlo, se lo aseguro…! Constato que eso forma parte de cómo son las cosas ahora. Pero eso no quiere decir que me parezcan bien, ni que me encuentre cómodo… De todas formas, me prestaré amablemente a la sesión de fotos: ja ve que soy dócil…

Pe  Mhh…, no sé… ¿Está seguro? He entrevistado a personas muy diversas y he de decirle que a estas alturas no me impresiona casi nada, pero ir a hablar con un psicoanalista es diferente… Le parecerá un tópico, pero es inevitable pensar que te analizará, que sabrá cosas de ti…

P  ¿Y le ha parecido que yo lo hacía?

Pe  Usted me ha parecido muy amable…, pero seguro que ya sabe cosas de mí que no me dirá, por más que diga que es una persona dócil… ¡Me parece que los psicoanalistas no son precisamente dóciles…!

P  Bueno, no lo sé, no los conozco a todos, pero ¿por qué tendríamos que serlo? Según como, ¡nadie tendría que serlo…! Una cosa es ser civilizado, respetar las convenciones que hacen posible la vida en común, pero la obediencia, la pasividad social, ¡no me parecen nada recomendables!

Pe  ¡Lo ve! ¡Así es como estaba segura de oírlo hablar! Lo que no entiendo es por qué no tienen más presencia en el debate público: tenemos una crisis social, de valores, ecológica… Y no hay muchos discursos que aporten verdaderas soluciones…

P  No se confunda: el psicoanálisis no es un partido político, ni un movimiento social, ni nada que se le parezca: no tenemos una ideología, ni un ideal de vida, ni un modelo social que ofrecer. El psicoanálisis se dirige a sujetos, uno por uno…

Pe   (Con énfasis) ¡Pero Freud escribió mucho sobre cuestiones sociales! La profesora de filosofía que tuve en segundo de bachillerato nos hizo leer “El malestar en la cultura” y me pareció un libro extraordinario.

P  Sí, claro que sí. La obra de Freud cambió la mentalidad de toda una época, se infiltró en toda la cultura occidental, y está presente hasta en el lenguaje común. ¡Cuando alguien tiene un lapsus revelador, todo el mundo dice que “le ha traicionado el inconsciente”!

Pe  Sí, como aquel político que dijo (En un tono enfático y burlón) “Hemos trabajado mucho para saquear adelante este país” (Se ríen los dos).

P  O aquella periodista que hablaba de “la plurifelación de locales nocturnos…” (Se ríen de nuevo) Son momentos en los que alguien se encuentra diciendo algo que, en cierta manera, sabía, pero no quería decir. Pero son más interesantes los lapsus en los que alguien dice algo sorprendente, algo que no sabía de sí mismo y que, de entrada, le resulta muy enigmático…

Pe  ¿Y por qué le parecen tan interesantes?

P  Porque son verdaderas puertas de entrada al inconsciente, a aquello que ignoramos de nosotros mismos. De hecho, nuestra vida consciente se organiza en torno al rechazo de aquello que no aceptamos en nosotros mismos, y lo ignoramos tanto como podemos. ¿Qué cree que hay en juego en el racismo, por ejemplo?

Pe  ¿Qué hay en juego? Le puedo decir lo que yo he vivido, porque mis padres son de Burkina Faso y yo he nacido aquí, pero lo he sufrido igual que ellos: rechazo y en ocasiones odio, un odio incomprensible…

P  Sí, así es… Rechazamos y odiamos en el otro algo que siempre asociamos a su goce –aquello que come, su manera de hablar, sus costumbres, su sexualidad…–, pero que, en realidad, nos remite a algo que no aceptamos como propio, que no se adecua a los ideales con los que nos presentamos ante los demás…

Pe  ¿Ve como ya estamos yendo a cuestiones sociales, al malestar en la cultura?

P  Por supuesto, no tendrá que convencerme de eso, pero el psicoanálisis puede ayudar a alguien a “curarse” de su odio al otro aceptando aquello que es extranjero en uno mismo, pero no puede erradicar el racismo de una sociedad.

Pe  Ojalá pudiera… El racismo, la violencia contra las mujeres…

P  Una modalidad de racismo, sin duda.

Pe  (Sorprendida) ¿Por qué? ¿Qué quiere decir con eso?

P  Está muy claro… los hombres que odian i agreden a una mujer funcionan como los racistas violentos: odian algo en el goce femenino, algo que es específico de la manera de estar en el mundo de una mujer, y se defienden intentando controlarlo… Algo que, como en el racismo, evoca alguna cosa ignorada en uno mismo…

Pe  No estoy segura de entenderlo del todo, pero me parece una idea interesante…

En ese momento suena el timbre de la puerta.

P  (Mira el reloj y se muestra un tanto apresurado) Veo que ya son las cuatro, y llega una persona que viene a sesión.

Pe  (Levantándose y recogiendo sus cosas con cierta precipitación) Lo siento, le he entretenido demasiado… ¡Me marcho enseguida!

P  (También levantándose) Ha sido una conversación muy agradable (Mientras caminan los dos hacia la puerta).

Pe  Quizá podríamos retomarla en algún momento. Me han quedado muchas preguntas en el aire…

P  Por supuesto: en otro momento.

Llegan hasta la puerta, se dan la mano y P abre.

Pe  Adiós, ha sido un placer…

P  Gracias…, adiós…

Sale Pe y entra J

 
 

P  (Invitándole a entrar) Adelante, Joan…

P camina hasta su butaca y se sienta. J avanza hasta la altura del diván, pero se queda de pie, sin tumbarse. Cuando P le mira, J habla, con un aire un tanto ausente.

J  Hoy…, prefiero no tumbarme en el diván… Me sentaré aquí (Señala la butaca en la que antes estaba sentada Pe).

P  (P ha captado que sucede algo inusual, adopta una actitud de escucha muy atenta y le responde con cierta calidez) Sí, claro, siéntese.

J se sienta y queda en silencio. Es obvio que está bloqueado y no puede hablar. Se le ve alterado, tenso.

P  (Habla, captando la dificultad del momento, con énfasis, pero en un tono afable) Sí, ¿qué hay, Joan? ¿Qué sucede?

J quiere hablar y no puede. Mira a P y cuando parece que podrá hacerlo, estalla en un llanto intenso y desgarrador, tapándose la cara con las manos.

P está impactado y sorprendido, pero mantiene una actitud serena. Espera unos instantes y vuelve a hablar con énfasis y procurando ser empático.

P  Serénese, Joan, serénese… ¿Qué pasa? ¿Puede contármelo? (Se queda en silencio, sabiendo que J necesita tiempo para poder hablar).

Gradualmente, J puede detener el llanto hasta que, al cabo de unos instantes, saca un pañuelo, se seca un poco las lágrimas, se queda en silencio mirando al suelo y, finalmente, mira a P y le habla, con una voz átona, rota.

J  Mónica está enferma… (Inclina la cabeza y vuelven a caerle algunas lágrimas, pero ahora sin llanto. P le escucha atentamente).

P  ¿Enferma? ¿Qué le pasa?

J  (Mira de nuevo a P y habla en un tono de voz que ya se parece más al suyo). Una enfermedad muy grave… Una neoplasia, maligna… Hace días que tenía un dolor persistente que no se calmaba con analgésicos. El domingo por la tarde fuimos a urgencias…

P  Pero, ¿y el pronóstico? Hoy en día muchos cánceres se curan…

J  (Le mira un instante en silencio y dice, inclinando la cabeza) No tiene tratamiento… Es un tumor muy agresivo y ya ha hecho metástasis: en el pulmón, el hígado… (Vuelve a inclinar la cabeza, al no poder contener el llanto, que le vuelve a brotar, pero con menos intensidad. El llanto se va convirtiendo en un gemido que, al final, se detiene. J hace un esfuerzo para sobreponerse, levanta la cabeza, se endereza y, después de pasarse el pañuelo por la cara con un gesto rápido, retoma el diálogo con P, que sigue muy pendiente de él) No tiene cura… Mónica vivirá unos pocos meses más: cinco, seis meses; un año, quizás…

P  (Mostrando mucho interés) Dice que fueron el domingo a urgencias: hoy es viernes y ¿ya saben tanto sobre su estado…?

J  (Hace una pausa antes de hablar) Lo sé yo… Mónica sabe una parte… En la primera prueba que le hicieron, una simple radiografía, ya se veía el tumor, y el médico, sabiendo que Mónica también lo es, se limitó a enseñarle la placa y decir “Hemos encontrado esto…”. Mónica lo miró, se miraron los dos…, y supe que era algo muy grave… (Mira a P y hace una pausa. Después, habla, ausente, sin mirarle) Cuando el médico salió, Mónica y yo nos abrazamos, sobrecogidos, extraños, como si más que miedo tuviéramos frío, como si aún no entendiéramos lo que pasaba… Y es verdad, aún no lo entendíamos, o no queríamos entenderlo… (Se queda en silencio).

P  (Con énfasis, para invitarlo a continuar, pero con mucho tacto) ¿Qué más, Joan? Explíqueme, ¿quiere?

J  (Retoma, lentamente) El lunes por la mañana la acompañé a que le hicieran un TAC, y me pidió que fuera yo a buscar los resultados. Se daba cuenta de que el hecho de ser médica no la ayudaba, le hacía más difícil tomar una mínima distancia con lo que le estaba pasando. (Hace una pausa e inclina la cabeza. Vuelve a mirar a P y continúa) Mónica es una mujer muy valiente, se lo aseguro, pero piensa que para encarar todo esto –las pruebas, los tratamientos, los efectos secundarios…– tiene que poder tomar cierta distancia y no pretender saberlo todo. ¿De qué te sirve saber que, en un caso como el tuyo, se curan el veinte, el cuarenta o el setenta por ciento de los enfermos? ¿Es una buena noticia? ¿Es muy mala? Las estadísticas son muy útiles para los médicos, pero no para los enfermos, y ella me ha insistido en esto: no quiere saberlo todo. Quiere confiar, hacer el tratamiento, esperar…

P  Entonces, ¿fue a buscar los resultados de la prueba?

J  (Le mira, serio) Sí. Enfermedad diseminada, en fase tres, con afectación de ganglios y diversos órganos vitales. Inoperable y sin posibilidad de curación. (Hace una pausa e inclina la cabeza) Desesperado, invadido por la angustia, busqué información en internet y leí hasta la madrugada: treinta o cuarenta artículos recientes sobre los posibles tratamientos. No hay nada que hacer: en el mejor de los casos, alargar unos meses la vida… Y sí, algunos tratamientos nuevos, muy prometedores, pero todavía en fase de estudio…

P  (También serio) Usted sí quiso saber…

J  Sí, quise saber; y, una vez más, la verdad me ha hecho mucho daño…

P  ¿Dice que hay tratamientos nuevos, en estudio?

J  Sí tratamientos en base a la genética de cada tumor, o que ayudan al sistema inmunitario a detectar las células cancerosas. En algunos tumores ya dan buenos resultados, pero en el caso de Mónica todavía no hay un tratamiento efectivo. (Hace una pausa y sigue, con la mirada perdida) Es probable que, dentro cuatro o cinco años, un fármaco nuevo permitirá curar a persones que estén en la situación en la que ella está ahora… ¿Se da cuenta? Este pequeño margen de tiempo es la diferencia entre la condena a muerte y la curación… (Mira a P, inclina la cabeza y, moviéndola como en señal de negación, sigue hablando) Me resulta insoportable, no sé hacerme a la idea. (Poniéndose tenso y levantando el tono de voz) ¡No puedo aceptarlo…! (Mira a P, se rompe de nuevo y arranca el llanto, mientras inclina la cabeza y se tapa cara con las manos).

P   (En un tono sereno) Para todo esto le hará falta tiempo, Joan…

J  (Las palabras de P le ayudan a recomponerse, casi de golpe. Detiene el llanto, se endereza y mira a P) Sí, el tiempo que tanto me obsesionaba, el tiempo que no dejaba de pensar que ya no teníamos, todos… Y ahora, el único tiempo que parece tener sentido es este: el de Mónica, el nuestro…

P  Y ella, ¿cómo está?

J  (Después de una pausa) Serena… Preocupada, claro, pero muy serena. (Hace una pausa breve) No sé si podré, ¿sabe?

P  ¿Qué quiere decir?

J  Que no sé si podré acompañarla, estar a su lado…, de la buena manera… Todo lo que vendrá a partir de ahora será muy duro, todo lo que le tocará pasar será doloroso, triste… Y no sé si lo soportaré, no sé si tengo la madera que hace falta para hacerlo…

P  Usted la quiere, los dos se quieren…

J  Sí, es verdad, yo la quiero, y quiero estar con ella pase lo que pase, pero…, usted no puede hacerse a la idea… (Se levanta y da unos pasos por la consulta, como si no supiese a dónde ir, ni qué hacer con su cuerpo) No es solo que sufra por ella… Es como una pesadilla de la que no puedo despertar… O como un naufragio en alta mar… Y en estos casos no acostumbra a salvarse nadie… (Mirando de nuevo a P) No quiero morir, no me entienda mal… Pero no quiero engañarme: mi vida no será igual. Yo vivía angustiado –usted lo sabe mejor que nadie– pero Mónica aún me hace sentir vivo, me rescata de mis infiernos… Ahora…, lo que tenía ya lo he perdido, y lo que venga después no sé qué será, pero será otra cosa, otra vida…

P  (Se levanta nada más oír la última frase de J y, de pie, se dirige a él, mirándolo) Sí, Joan, será otra vida… (Comienza a caminar hacia la puerta, en actitud de dar por acabada la sesión).

J  (Le sigue y, de camino hacia la puerta, se detiene y se dirige a P, pero sin mirarlo, como si hablase consigo mismo) Es extraño… No había podido llorar hasta ahora…, y ha sido llegar aquí y…

P  (Sigue hasta la puerta, la abre y, al salir J, le da la mano, manteniéndola estrechada unos instantes. Mira a J a los ojos y le habla, con proximidad y calidez) Ánimo, Joan… Le espero el jueves.

J sale y P cierra la puerta y se queda cabizbajo unos instantes, sosteniendo el pomo de la puerta. Camina hasta el centro de la sala y, a medio camino, se detiene y permanece serio y pensativo, afectado. La luz se va apagando gradualmente hasta que la escena queda a oscuras.

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